Cuando pensamos en una construcción recóndita en el Círculo Polar Ártico, se nos viene a la mente la imagen de un fortachón con una enorme “S” en el pecho y una capa roja, que va por ahí salvando a la humanidad. Casi cercano a ese misticismo que nos ofrece Superman, encontramos la conocida como Bóveda del Fin del Mundo que, en este caso, protege algo muy preciado para el planeta: semillas.
Aunque su nombre real es Bóveda Global de Semillas de Svalbard, pero el hecho de darle un apodo apocalíptico no es casualidad. Las instalaciones son capaces de resistir el paso del tiempo y cualquier tipo de desastre ocasionado por la naturaleza, o por el ser humano, con el objetivo de preservar los cultivos que en ella se guardan. Y es que, entre todas las cosas que hay en el mundo, unas pequeñas semillas son capaces de cambiar el rumbo de la historia del planeta.
Su localización garantiza la calidad y la supervivencia de los cultivos, ya que el permafrost y la roca permiten que estén congelados incluso si fallara el sistema de energía. Con los duplicados o copias de seguridad de muestras se asegura el suministro de alimentos de todo el mundo para que generaciones futuras sean capaces de luchar contra los desafíos del cambio climático y el crecimiento de la población.
“Asegurará, durante siglos, millones de semillas que representan todas las variedades de cultivos importantes disponibles en el mundo de hoy. Es la copia de seguridad final”, reflejan sus creadores.