Al ritmo de la canción Roar, de Katy Perry, en sus auriculares, Michelle Alonso se concentraba para nadar en la final de los Juegos Paralímpicos de Tokio 2020. Unos minutos después, lograría su tercera medalla de oro consecutiva en unas paralimpiadas y el nuevo récord del mundo en 100 metros braza SB14.
“Me dieron ganas de llorar, no me lo creía. Pensaba en luchar por la plata porque el oro estaba muy complicado. Con la pandemia no tuvimos tiempo de entrenar lo suficiente”, confiesa eufórica.
Nacida en Santa Cruz de Tenerife en 1994, jamás se hubiera imaginado en qué desembocaría esta aventura que comenzó a sus siete años de edad, cuando el médico le recomendó nadar debido a la escoliosis que sufría.
Pero el camino no ha sido fácil. A punto estuvo de dejar la natación en 2009 por aburrimiento, hasta que entró en el Club Ademi Tenerife, una asociación deportiva para personas con discapacidad. Allí conocería al que ha sido hasta ahora su entrenador, José Luis Guadalupe, más conocido como Guada, que rápidamente descubriría su proyección. “Es un gran entrenador y, sobre todo, un gran motivador, él está ahí siempre para todo”.
Incluso burlas de otras competidoras tuvo que aguantar en el mundial que se celebró en Glasgow. Consiguió un bronce, pese a estar enferma, que a posteriori le daría la motivación necesaria para cosechar su segundo oro, el de Río 2016. Hace poco, también desarrolló una alergia al cloro que le complica competir en piscinas cerradas: “En Funchal lo pasé muy mal. Se me hicieron muy largas las competiciones y empeoró mucho mi rendimiento”.
No solo ha roto barreras en la piscina, sino que también lo ha hecho con su discapacidad. Al principio le costaba incluso hablar con su entrenador y se comunicaba con él mediante mensajes de texto con una Blackberry. “La natación me ayudó a expresarme más y mejor con la gente, me ha dado la oportunidad de viajar y he hecho muchas amistades”.
Amante del anime, del manga y del dibujo, se considera una ‘friki máxima’ de la cultura japonesa y de los videojuegos. Tiene todo un museo de figuras en su casa y, aunque ha viajado por medio mundo —cuatro veces ya a la capital nipona—, cuando se enteró de que los Juegos Paralímpicos se celebrarían en Tokio no pudo dormir aquella noche de los nervios.
No es difícil, por tanto, encontrarla en el Restaurante Udón comiendo ramen y gyozas. “Somos sus clientas favoritas”, declara entre risas. Aunque, sin duda, donde más probabilidades tenemos de coincidir con ella es en su medio, en la piscina Acidalio Lorenzo, donde se ha forjado esta sirena dorada.