En el extremo oriental de Tenerife se encuentra perdido entre abruptas montañas, oculto por quebrados roques, y arropado por la laurisilva, el caserío de Chamorga. En medio de la vegetación y de los dragos que allí crecen, la ermita nos recibe presidiendo una pequeña plaza. Alrededor, unas pocas casas blancas de arquitectura tradicional canaria y un bar, Casa Álvaro, ideal para reponer fuerzas con una excelente comida canaria.
Hasta 1975 no llegó la carretera (tras décadas de construcción), así que los vecinos debían desplazarse por zigzagueantes veredas, atravesando los empinados barrancos. Existe por ello, una importante red de caminos y es un punto de partida idílico para numerosas excursiones. Pero sus senderos narran la historia, no tan lejana, de un pueblo que tuvo que adaptarse al terreno para perdurar.
Un ejemplo de ello, es el que lleva a Taganana por todo el litoral, que cuando alguien fallecía debían recorrerlo para dar parte al estamento oficial y, a su vuelta, cargar con el ataúd. Por otra parte, la vía que baja hasta la playa de Roque Bermejo, junto al cauce del barranco, también era muy transitada, pues el pequeño puerto era básico para el comercio local en una población que vivía básicamente de la ganadería y de la agricultura.
Asimismo, debido a la climatología, el cultivo de la pera fue muy productivo y las mujeres eran las encargadas de llevar por el antiguo camino a San Andrés, cestas cargadas con varios kilos sobre sus cabezas. Más accesible es el sendero que conduce hasta las Casas de Tafada, hoy en día totalmente abandonadas, desde donde se gestionaban los caseríos cercanos de Las Palmas de Anaga, Los Orbales y Las Breñas.
Lejos quedan ya esos tiempos y el pueblo ha pasado de tener más de 700 habitantes (en el año 1940) a menos de 50 en la actualidad. Las modernas carreteras han dejado obsoletas esas veredas y estarían abandonadas de no ser por todos esos senderistas que, paso tras paso, vuelven a dar vida a esos caminos históricos.