La huella que César Manrique dejó en Lanzarote continúa imborrable. Ayer, 25 de septiembre, se cumplieron ya 30 años desde que el ilustre artista nos dejó. Dijimos adiós a la persona y hola a la leyenda que se originó, pues el lanzaroteño se marchó dejándonos como recuerdo imperecedero un legado para nuestras Islas que vale mucho más que oro.
Amante de los increíbles escenarios que regala Lanzarote a isleños y turistas, la producción pictórica de este artista multidisciplinar se nutría de sus paisajes volcánicos. Tal y como asegura la Fundación César Manrique, esta interpretación de los paisajes “trasmuta en una suerte de naturalismo no realista que no nace de la copia del natural, sino de su comprensión emocional”.
Así, cuando volvió a Lanzarote en la década de los 60 tras una estancia en Nueva York, se volcó en desarrollar proyectos artísticos inéditos en la época, siempre poniendo en valor la belleza de la Isla. Se trató de un nuevo ideario estético donde confluían diferentes manifestaciones del arte que hoy los canarios apreciamos en impresionantes obras como el Mirador del Río, los Jameos del Agua, el Jardín del Cactus o el restaurante El Diablo del Parque Nacional de Timanfaya, entre otros tantos ejemplos.
Sin duda, una figura esencial para la proyección internacional de Lanzarote que la sociedad canaria jamás olvidará.