Desafiando a la ciencia y a la medicina y retando al mismísimo océano, hace ya más de 20 años, Umberto Pelizzari, fue el primero en sumergirse hasta 150 metros de profundidad utilizando tan solo el aire de sus pulmones. Este italiano de 55 años, nacido en Lombardía, es una de las leyendas de apnea internacional y como casi todos los años, ha elegido nuestra isla como destino para practicar esta exigente disciplina.
“En invierno, cuando en el norte de Italia hace frío, cojo un vuelo y tras cuatro horas estoy a 25 grados. En Tenerife siempre hay posibilidad de ir al agua porque está muy bien de temperatura todo el año y la visibilidad es increíble, con hasta 40 metros”, declara.
Tras años rompiendo todos los límites en las distintas modalidades de apnea y logrando innumerables récords mundiales en la década de los noventa, en la actualidad disfruta con la docencia. Creó su propia escuela, la Apnea Academy, que también convertiría, posteriormente, en un centro de investigación. Así, puede transmitir sus conocimientos tanto a los que empiezan como a los que, como él, quieren superar las más ambiciosas metas.
“La enseñanza me da muchísima satisfacción, ayudando a las personas a mejorar. Prefiero trabajar con los principiantes que con los que ya son más avanzados, porque es increíble ver la expresión en los ojos de una persona que descubre esa sensación y la emoción que te puede dar la apnea”, transmite orgulloso.
Pese a que con cinco años de edad ya nadaba perfectamente, no conocería el mar hasta los 10 o 12 años en unas vacaciones con su familia. Como gran amante de Jacques Cousteau, cuando se puso por primera vez unas gafas de buceo y metió la cabeza dentro del agua quedó prendado y, sin saberlo, le cambiaría la vida para siempre. Continuó compitiendo en natación durante su adolescencia hasta convertirse en profesional, lo que le daría una base excelente para la apnea, con la que empezaría algo más tarde.
Al preguntarle por lo que se siente en las profundidades del océano, es sincero y comenta que es difícil de describir, pues es como si a alguien que nunca hubiera comido chocolate, tuviéramos que explicarle a qué sabe. Aunque asegura que es una sensación única. “A medida que vas bajando, el cuerpo desaparece y solo va quedando la cabeza. Los latidos del corazón retumban ahí arriba, también tu concentración y notas la presión y la necesidad de la descompresión. Es como si mi cuerpo se redujera sólo a la cabeza. Pero una vez que vas subiendo, el cuerpo vuelve a la situación original”.
Confiesa que el océano le ha enseñado a ser muy humilde, pues según él, “cuando el mar quiere ganar, gana”. Pero explica que nunca hay que temerle, porque entonces es cuando corres peligro. “Miedo no puede haber nunca, si hay miedos no puedes bajar, pues existe una barrera mental. Ahí, es mejor parar”.
Agradecemos al Hotel Suite Villa María hacernos sentir como en casa mientras realizamos la entrevista.