La ciudad de Nápoles vuelve a situarse en el mapa internacional del arte y la arquitectura con la inauguración de la estación de metro Monte Sant’Angelo, concebida por el artista Anish Kapoor. El proyecto, que abrió sus puertas el 11 de septiembre, es el resultado de más de dos décadas de trabajo desde que en 2003 se encargara al escultor una intervención dentro del ambicioso programa de “estaciones de arte” con el que la ciudad busca transformar su red de transporte en un espacio de creación cultural y regeneración urbana.
La estación, ubicada en el barrio de Traiano y cercana al campus universitario de la Federico II, se presenta como una experiencia arquitectónica que trasciende lo meramente funcional. Kapoor ha jugado con tres temas recurrentes en su trayectoria: el objeto mitológico, el cuerpo y el vacío. De esta forma ha dado forma a un espacio que evoca tanto la geología del Vesubio como las profundidades del Infierno descrito por Dante en la Divina Comedia. Acceder a la estación supone atravesar un umbral que oscila entre lo urbano y lo simbólico, un descenso al subsuelo cargado de resonancias culturales y emocionales.

El diseño sorprende desde sus dos entradas principales, que funcionan como metáforas contrastantes. Una de ellas, revestida en acero corten, parece emerger del suelo como un organismo vivo, rugoso, de superficie hinchada, que convierte al propio terreno en escultura. La otra, en cambio, ofrece un acceso tubular de líneas limpias y suaves, un contrapunto que refuerza la dualidad de texturas y percepciones. Una vez en el interior, los túneles mantienen paredes desnudas y rugosas, sin concesiones a la ornamentación, prolongando la sensación de crudeza geológica y recordando al viajero que se encuentra en un territorio entre lo natural y lo infernal.
Más allá de su fuerza estética, la estación Monte Sant’Angelo tiene un profundo impacto social. No solo mejora la conexión del barrio de Traiano con el resto de la ciudad, sino que dota al campus universitario de una infraestructura moderna y simbólicamente poderosa. La iniciativa refuerza el compromiso de Nápoles con el arte público como motor de transformación, consolidando la idea de que incluso los espacios de tránsito pueden convertirse en lugares de contemplación y memoria colectiva.

El largo tiempo de realización, marcado por complejidades técnicas y burocráticas, no ha hecho sino aumentar la expectación en torno a la obra. Ahora, finalmente materializada, la estación invita a la ciudadanía a repensar la relación entre movilidad y cultura. Monte Sant’Angelo no es solo un nodo de transporte, sino una obra total en la que el viajero, al bajar las escaleras mecánicas, se convierte en protagonista de un viaje que no es únicamente físico: es también un descenso a lo profundo de la historia, de la ciudad y de sí mismo, con la promesa de emerger de nuevo transformado por la experiencia.