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Uzbekistán, el tesoro asiático más oculto

En el cruce de civilizaciones, donde caravanas de mercaderes trazaban senderos entre Oriente y Occidente, Uzbekistán emerge como un testigo silencioso de siglos de comercio, cultura y esplendor. Este país, muchas veces eclipsado por sus vecinos más mediáticos, es un tesoro oculto donde la historia de la Ruta de la Seda sigue viva en sus ciudades legendarias.

La ciudad de Samarcanda es emblema tanto de Uzbekistán como de la Ruta de la Seda. La majestuosa plaza del Registán con sus madrazas, que son las tradicionales escuelas islámicas cubiertas de azulejos azules, parece una postal detenida en el tiempo. Lo que pocos saben es que en su interior albergaba una de las primeras universidades islámicas del mundo, donde se estudiaba astronomía y matemáticas con manuscritos que siglos después inspirarían a sabios europeos.

Si Samarcanda es el reflejo del conocimiento, Bujará es el alma espiritual de Uzbekistán, ya que la madraza Mir-i-Arab ha formado a generaciones de estudiosos del Corán. Lo que sorprende es que Bujará acogió una de las primeras redes de espionaje medievales, pues en los antiguos albergues para comerciantes conocidos como caravasares, los mercaderes informaban a gobernantes sobre los movimientos de otras potencias comerciales.

Taskent, la capital de Uzbekistán, es una combinación fascinante de historia y modernidad. A diferencia de las otras ciudades históricas del país, Taskent fue reconstruida tras un devastador terremoto en 1966, lo que le confiere una apariencia más contemporánea. Sin embargo, aún conserva tesoros que evocan la región que fue hace siglos.

Por su parte, la ciudadela amurallada de Ichan Kala en Jiva era la última parada antes de adentrarse en el desierto de Karakum. Su laberinto de callejones esconde minaretes y palacios donde las caravanas descansaban antes de continuar su odisea. Además, en el siglo XIX, Jiva albergó uno de los mercados de esclavos más activos de Asia Central, una historia oscura que aún resuena en las crónicas de esos viajeros.

Sin embargo, Uzbekistán no es solo sus ciudades, es un viaje en el tiempo, una inmersión en la historia de un país desconocido para muchos, donde cada piedra y cada callejón narran un capítulo olvidado de la conexión entre Oriente y Occidente.

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