La escena es universalmente conocida: una multitud reunida en la Plaza de San Pedro, ojos fijos en una pequeña chimenea sobre la Capilla Sixtina. Un soplo de humo se eleva. Primero negro: “aún no hay Papa”. Luego, horas o días más tarde, el blanco esperado. Estalla el júbilo. Las campanas repican. La Iglesia tiene nuevo líder. Pero detrás de esa nube blanca que parece surgir con simpleza hay siglos de historia, tradición, ajustes técnicos… y un potente mensaje al mundo.
Un gesto ancestral que se convierte en símbolo
El origen de la fumata blanca se remonta a tiempos medievales, cuando el Vaticano no contaba con medios rápidos para comunicar la elección de un nuevo pontífice. Durante los primeros cónclaves, los cardenales, encerrados en riguroso secreto, quemaban las papeletas tras cada votación. Para que el mundo supiera el resultado, usaban la combustión como código: humo negro si no se alcanzaba el consenso, humo blanco si sí.
Este sistema, aparentemente rudimentario, se institucionalizó con el tiempo. En 1903, por ejemplo, tras la elección de Pío X, ya se utilizó de forma oficial el mecanismo del humo como señal para los fieles. Desde entonces, la “fumata” ha acompañado cada transición papal, convirtiéndose no solo en una herramienta de comunicación, sino en un símbolo de unidad, esperanza y continuidad.
Tecnología al servicio de la fe
Aunque el gesto se ha mantenido, el método ha evolucionado. Durante siglos, el humo blanco se lograba con paja húmeda y otros elementos orgánicos. Pero muchas veces salía gris, o no quedaba claro para los miles de personas en la plaza (y millones frente al televisor) si se trataba de una elección o no. La confusión era habitual.
Para evitar ambigüedades, desde el cónclave de 1963 se comenzaron a emplear productos químicos específicos. Hoy, la fumata blanca se produce con una mezcla de clorato de potasio, lactosa y colofonia, mientras que el humo negro lleva perclorato de potasio, antraceno y azufre. Dos estufas —una para quemar las papeletas y otra para generar el humo con color— trabajan en sincronía. Además, desde 2005, se suma una señal sonora inequívoca: el repique de las campanas de San Pedro. Solo cuando hay humo blanco y campanas, el mundo puede confirmar que ya hay Papa.
Un ritual vigente en la era digital
Podría pensarse que, en tiempos de redes sociales, livestreams y breaking news, el gesto de mirar una chimenea resulta anacrónico. Pero sucede justo lo contrario. La fumata blanca sigue siendo uno de los momentos más esperados y emotivos del proceso papal. La plaza se llena, los medios interrumpen su programación, el mundo aguanta la respiración.
No es solo humo. Es tradición viva. Es la manera en que la Iglesia, incluso en la era de lo instantáneo, comunica con solemnidad un hecho que cambiará su historia.
El presente: a la espera de una nueva señal
La muerte del Papa Francisco, ocurrida el 21 de abril de 2025, ha reactivado el antiguo mecanismo. El cardenal camarlengo, Kevin Farrell, asumió la administración interina del Vaticano y ha convocado el cónclave, que comenzará entre 15 y 20 días después del fallecimiento. Solo los cardenales menores de 80 años participarán en las votaciones dentro de la Capilla Sixtina.
Una vez alcanzado el consenso requerido (dos tercios de los votos), las estufas volverán a ponerse en marcha. El mundo, una vez más, esperará ese suspiro blanco sobre Roma. Y con él, el anuncio de que hay un nuevo guía para la Iglesia Católica.