Jaume Plensa es único. A sus 66 años y con una carrera que abarca varias décadas, este humilde catalán es muy admirado y respetado en la industria. Además, cae muy bien, algo que no puede decirse de todos los genios artísticos.
Sus esculturas se han descrito como “imposiblemente hermosas” y también se ha dicho que son poesía. Está claro que evoca una reacción, ya sea voluntaria o involuntaria, con creaciones que parecen sencillas, pero que son innegablemente conmovedoras. Su trabajo es, simplemente, precioso.
Plensa crea de manera intencionada obras de arte que nos unen. Es un hombre absoluta y felizmente absorto en su trabajo. Algo así como un nómada profesional, puesto que a menudo se dedica a varios proyectos a la vez en diferentes continentes. No obstante, tras abandonar su Barcelona natal muy joven para vivir en Berlín, Bruselas y París, entre otras ciudades, ahora está encantado de volver a llamar hogar a Barcelona. “El trabajo me ha dado el movimiento que necesitaba y ahora valoro tener un sitio al que volver en lugar de al que viajar”, cuenta.
Cuando no está fuera, lo encontrarás en su taller de Sant Feliú de Llobregat, donde controla cada pequeño detalle de sus proyectos. “No me fío de nadie”, dice riendo y suponemos que solo medio en broma.
Artista polifacético
Escultura, pintura, arquitectura… Parece que su talento no tiene límites, ya que aplica una amplia variedad de técnicas y usa una gran selección de materiales. Los materiales son vehículos que utiliza para crear un diálogo infinito entre opuestos. Aunque aparentemente son obras individuales, si nos fijamos con atención, veremos que la firma de Plensa siempre está ahí, oculta en el alma de todos sus trabajos.
Su carrera de más de 30 años empezó en los 80 con el uso del hierro fundido, que luego dio paso al vidrio, el aluminio, el poliéster y la fibra de vidrio. También nos ha sorprendido con su uso de la nieve, el agua, la luz e incluso las palabras, que son grandes protagonistas en sus obras.
Pero puede que su mayor don sea la capacidad de hacer un arte que no solo se integra con belleza en un espacio, sino también entre la población, algo mucho más difícil de conseguir. El mejor ejemplo es la Fuente Crown de Chicago, que le catapultó a la fama internacional en 2004.
De Chicago al infinito y más allá
Chicago es un referente a nivel mundial para el arte en espacios públicos. Marcó un antes y un después para Plensa cuando le invitaron a participar en un concurso para diseñar una obra para el Millenium Park. Al recibir la invitación, lo primero que pensó fue: “Soy un artista europeo poco conocido. Seguro que eligen a un americano. ¿Para qué molestarme?”. Sin embargo, finalmente decidió ir a por todas.
¿El resultado? Ganó sin despeinarse. La fuente pública se inauguró en 2004. Una espectacular combinación interactiva de agua, luz y cemento. La Fuente Crown es un punto de disfrute y el primer lugar al que Plensa vuelve siempre que visita la ciudad. Nos cuenta que, más que deleitarse con su obra, le encanta ver a la gente que se junta alrededor de ella.
“Es mi obra más física. Me encanta cómo la gente interactúa con ella y ver a los niños jugar con el agua. Ese era otro de mis sueños: caminar sobre el agua. Quizá porque no sé nadar”.
Luz y literatura, dos pasiones siempre presentes
Los nombres de algunos de sus trabajos revelan la espiritualidad y la motivación que esconde su arte: Sueño, Respiración, Alquimista, Corazón de árboles, Mirar en mis sueños, Tolerancia. Plensa no solo imagina un mundo mejor, se esfuerza cada día en crearlo.
En sus obras a menudo juega con la luz y muestra cómo entra en las esculturas igual que en nuestras almas, iluminando desde el interior. Sus obras están vivas y su uso de la luz es muy simbólico: el arte ilumina el mundo.
“La gente dice que trabajo en muchos proyectos de diferentes formas, pero en realidad siempre me concentro en las mismas cuestiones básicas: la relación entre lo grande y lo pequeño, lo personal y lo general, la parte y el todo”.
Su pasión por las palabras, gracias a poetas como William Blake y Shakespeare, nunca ha sido tan evidente como en su obra Gemelos, donde combina con exquisitez caracteres de ocho alfabetos en una imponente escultura. Un recordatorio de que la diversidad es lo que nos une, no lo que nos divide.
“En un mundo tan complejo, ¿hay un don mejor que hacer sonreír a la gente?”