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©La Oliva

Érase una vez… Las croquetas de La Oliva

¿Quién no conoce las famosas croquetas de La Oliva? Estamos seguros de que la mayoría sabe muy bien de lo que estamos hablando, y es que, sin lugar a dudas, son unas de las mejores de la Isla. Pero estas tienen detrás toda una historia que vale la pena conocer, así que allá vamos.

Juan Calzada y Carol Rial se conocieron en Barcelona, donde vivieron y trabajaron más de 10 años, él como ingeniero y ella como asesora de marca y estrategia para empresas, pero en un momento dado decidieron darle un giro a su vida y se establecieron en Tenerife. Una vez aquí, instalados en Bajamar, abrieron su primer restaurante: La Oliva Verde, como ellos mismos nos cuentan era un pequeño establecimiento con cuatro mesas, desde donde se podía contemplar el famoso oleaje de la zona.

“Aquella fue una experiencia extraordinaria y muy sorprendente, sobre todo porque en menos de seis meses ya nos consideraban un local de moda y se nos llenaba la terraza a tope… La gente hasta se arrancaba a bailar swing con el dj que teníamos los domingos”, comenta Carol.

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Tan solo 10 meses después inauguraron su segundo restaurante, La Oliva del Toscal, en el antiguo barrio marinero, pues parece ser que el mar, de alguna forma, ha sido un elemento fundamental para ambos. En este priorizaron la innovación, convirtiéndolo en un local que reflejaba perfectamente su esencia y en el que las croquetas se fueron haciendo un hueco en el corazón de los comensales, ganándose las ovaciones de todo aquel que las probaba.

Allí permanecieron durante cinco años y, posteriormente se hicieron cargo del restaurante La Concepción. Recuerdan todo este proceso como algo que fue fluyendo con naturalidad, “nos fuimos convirtiendo en una familia de restaurantes sin planificarlo demasiado, aunque sí trabajando mucho”. A pesar de que se trataba de un traspaso, le dieron su sello personal transformando la imagen y la carta; apostando por una cocina ecléctica con platos diferentes e inesperados y enfocados a todos los públicos. Incluyendo así, una amplia oferta vegetariana y vegana y gluten free. “La mitad de nuestra carta es apta para celíacos, algo que no es nada habitual”, nos cuentan.

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Como ya te habrás dado cuenta, estos emprendedores son inquietos por naturaleza y siempre andan en busca de nuevas experiencias. Esto les motivó a, tan solo unos meses después de hacerse con La Concepción, coger también el Club Oliver, donde estuvieron un año y medio nutriéndose de un trabajo diferente al que venían realizando hasta el momento, con la organización de eventos, cenas de gala, etc.

Llegando finales de 2019, decidieron cerrar Oliva del Toscal “para seguir nuevos caminos. Aunque realmente no tenemos claro si será un adiós definitivo o no, porque es un proyecto que se desarrolló muy bien durante los cinco años que estuvo en marcha. Así que, quizás cuando pase todo esto de la pandemia, nos lo replanteemos”, afirma Carol.

Lo de nuevos caminos no era solo un decir, pues tras despedirse de La Oliva, inauguraron La Taberna Lobo de Mar, en el local contiguo a La Concepción, “se quedó libre y vimos la oportunidad de ofrecer nuevamente algo distinto al resto de la propuesta de la calle La Noria”. Se trata de una taberna marinera con un toque chic, que llama la atención por su cuidada decoración y también por la carta tanto de comida como de bebida. Destacan sus tapas, aparentemente sencillas pero que encierran un sabor único y su propuesta de vinos, enfocada en “vinos de islas del mundo, entre los que hay de Canarias, Baleares, Nueva Zelanda…”.

Sin duda, allí también encontramos un interiorismo que no deja indiferente a nadie. Como anécdota, nos comentan que varias de las paredes y los sobres de las mesas están revestidos en microcemento con conchas de mar trituradas, que se obtuvieron de las sobrantes de algunas conserveras de la Península. Asimismo, a modo de barra podemos ver una isla, que hace las delicias de los visitantes, hasta tal punto que hay gente que solamente quiere sentarse ahí.

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A pesar de que el local permanece cerrado desde el confinamiento, nos cuentan que esperan abrir de nuevo muy pronto, con algunas sorpresas que prometen no decepcionarnos.

El bocado inmortal

Como ya te adelantábamos, las croquetas se han convertido en principal protagonista del viaje de Juan y Carol, y aunque “siempre ha sido un proyecto que hemos ido trabajando en paralelo, tímidamente, con diferentes encargos que nos hacían para llevar a casa y poder degustarlas fuera de nuestros restaurantes. A partir de ahora, le ponemos nombre y apellidos con una imagen corporativa propia y con la posibilidad de que se puedan hacer pedidos online con servicio a domicilio. Ofreceremos las croquetas tanto fritas, para disfrutar en el momento, como congeladas para conservar y freír siempre que te apetezca”.

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El pretexto de esta nueva propuesta es que “la croqueta es algo que te hace feliz”; así de simple. “Es algo que se comparte con los tuyos y que nunca pasa de moda, venga la tendencia que venga en el ámbito gastronómico. Además, se adapta a los nuevos tiempos con facilidad. Las nuestras, por ejemplo, han ido evolucionando hasta el punto en que todas las variedades son iguales de cremosas y deliciosas que siempre, pero sin gluten. Hasta a los propios celíacos les cuesta creerse que así sea, y nos agradecen el poder comerse una croqueta así. Por eso estamos seguros de que una croqueta es igual a un pequeño momento de felicidad y es lo que queremos aportar en estos tiempos, que hace más falta que nunca. De hecho, el hashtag elegido para la ocasión es #croquetingpeople”.

¡Estamos seguros de que a esta historia, aún le quedan muchos capítulos!

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