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El Buque Escuela Cuauhtémoc zarpa con el corazón de los tinerfeños

El Puerto de Santa Cruz de Tenerife ha recibido estos días un invitado un tanto diferente. Los santacruceros, y tinerfeños en general, que se acercaron a las instalaciones portuarias entre el viernes pasado y ayer, se encontraron en uno de sus muelles una embarcación cuya presencia no pasó inadvertida.

El Buque Escuela Cuauhtémoc, de la Secretaría de Marina-Armada de México, rompió la rutina en el puerto durante seis días. Atraído por música mariachi y una enorme bandera mexicana que se atisbaba en el muelle Ribera de la dársena Los Llanos, el público tuvo la ocasión de admirar e incluso subirse a este velero con casi 40 años de historia. Por supuesto, nosotros tampoco podíamos perdernos una oportunidad así, motivo por el que su tripulación, de 249 personas, nos recibió el miércoles para enseñarnos el buque.

Nada más subir a bordo, no tardamos en impregnamos del espíritu marinero del también llamado Embajador y Caballero de los Mares, enamorándonos de la madera de sus estructuras. La tripulación, siempre con una sonrisa para cada visitante, nos hizo sentir como en casa y el sargento segundo Rivera, uno de los 62 cadetes de la Heroica Escuela Naval Militar que viajan en este crucero de instrucción, nos atendió para acompañarnos en un recorrido. En él, nos explicó cómo es la vida en alta mar, desvelándonos el funcionamiento de un velero y muchos de sus detalles.

Rivera nos contó que este buque nació en España. En concreto, se construyó en 1982, en los Astilleros de Celaya, Bilbao. Este origen queda reflejado en el escudo del barco, pues hay una rosa de los vientos con el velero en el centro con disposición a poniente. Representa, así, el primer viaje que hizo desde nuestro país hasta México para su entrega. También vemos representado en él a una deidad de la mitología azteca, Ehécatl, considerado el dios del viento. En cuanto al nombre de la embarcación, alude al último emperador de la cultura azteca, conocido con el término tlatoani. El buque, además, ha cosechado hasta ocho menciones honoríficas, reflejadas con estrellas, por distintos logros, como la victoria en regatas, por la navegación más larga, la mejor presentación…

Respecto a su funcionamiento, al hablar de un velero, depende del viento. “Nos dividimos en tres grandes equipos para las maniobras de cada uno de los tres palos. Tenemos el palo trinquete, el palo mayor y el palo mesana”, nos detalló el cadete. Hay un total de 23 velas, de las que 13 son de cuchillo -triangulares- y 10 son cuadras. Para acceder a ellas, la tripulación trepa por las denominadas tablas de jarcia, que actúan como unas escaleras. Y la destreza de los tripulantes es un punto fundamental, pues si se resbalaran en el punto más alto del Cuauhtémoc, la vela sobrejuanete, serían nada menos que 48 metros de caída. El reto es aún mayor cuando el tiempo está revuelto: “Cuando el barco va totalmente escorado y moviéndose, uno se agarra con todas las fuerzas”.

Precisamente, las tormentas y el viento pueden dificultar enormemente la comunicación entre los miembros de la tripulación, sobre todo con los que están en las velas. Por ello, resulta fundamental el uso de un lenguaje especial que han desarrollado con el pito marinero: “Tiene un sonido muy, muy agudo. Si alguien lo toca, yo lo escucho seguro y sé lo que tengo que hacer. Cada una de las maniobras tiene un toque en específico, todo sigue un orden”. No todos los tripulantes tienen su propio silbato, pero los 62 cadetes sí que cuentan cada uno con el suyo como parte de su instrucción.

Pero, si en las maniobras generales son tres equipos, para navegar son hasta cinco, divididos en turnos de guardia que se alternan cada cuatro horas. En determinadas situaciones, la tripulación sí que debe actuar en su totalidad, como en la entrada o la salida del puerto.

Luego, el sargento segundo nos invitó a entrar a la cámara de cadetes. “Hay diferentes cámaras en el barco, en la parte más de popa está la de los capitanes y oficiales, aquí la de cadetes y la tercera es la de la tripulación. Nos dividimos por los rangos”, siguió explicando Rivera. Aquí, los cadetes reciben cada día las clases teóricas durante la mañana -aunque en el puerto disfrutaron de un pequeño descanso-, complementadas con la práctica inigualable que ofrece ser miembro de la tripulación del buque escuela. Antes de recibir las lecciones, deben ‘arranchar’ el barco a las seis de la mañana. Esto es, limpiarlo.

Después es el momento del desayuno, para recobrar fuerzas y afrontar las clases desde las siete de la mañana hasta el mediodía, la hora del rancho. Por la tarde es el turno de lo que conocen como faenas, hasta las cuatro y media, que bien puede ser lijar una cubierta, limpiar metales… siempre teniendo en cuenta las guardias. Y, hasta las seis, practican deporte, como el salto a la cuerda.

En esta cámara nos damos cuenta de la importancia de aprovechar al máximo el mobiliario en un espacio tan reducido. El buque tiene 90 metros de eslora, pero, siendo casi 250 personas, cada metro cuenta. Los sillones y mesas disponen de compartimentos para almacenar cosas y los cadetes reciben las clases en el mismo lugar donde luego pasan su tiempo libre. Llama especialmente la atención una de las esquinas de la cámara, pues atesora las insignias correspondientes a los viajes de Cuauhtémoc por el mundo. El que emprenden actualmente es el crucero de instrucción Expo 2020 de Dubái, pues el barco llegó a la ciudad emirato para formar parte del pabellón de México en esta exposición internacional.

En este sentido, el sargento segundo Rivera nos contó el itinerario del viaje actual: “Ha sido un viaje muy, muy bonito en el que los cadetes hemos tenido la oportunidad de conocer ciudades hermosas de España. Empezamos en agosto, fuimos a Panamá, de ahí a la isla mexicana de Cozumel, de ahí continuamos hacia Norfolk -Virginia-, luego llegamos hacia Cádiz para atravesar Gibraltar e ir después hacia Grecia. En Grecia, pasamos todo el Mar Rojo y el Golfo Pérsico para alcanzar Dubái. De regreso, llegamos a Malta, de ahí a Barcelona, Valencia y ahora en Tenerife. Desde aquí volveremos a México”. De hecho, es la primera vez en sus casi 40 años que el Buque Escuela Cuauhtémoc atraviesa el Golfo Pérsico.

Luego nos sentimos unos privilegiados, pues la tripulación nos permitió acceder a la preciosa cámara de popa. Y, si la madera es la gran protagonista del barco, aquí alcanza un nuevo nivel. La sala está repleta de las llamadas metopas, que son un reconocimiento por parte de autoridades e instituciones -incluido del Parlamento de Canarias-  de las regiones que el barco ha visitado. “Es una vieja tradición marinera de hace mucho tiempo y su forma original era un círculo que se empleaba como tapón de los cañones, otorgándose como señal de respeto hacia la embarcación a la que se la regalaban”, nos detalló Rivera.

Desde aquí, accedimos a la joya de la corona: la cámara de almirantes, en la que son invitados a entrar autoridades de alto rango, como presidentes, primeros ministros, embajadores… La figura histórica de Cuauhtémoc tiene aquí un tributo con una escultura.

Por otra parte, una de las cosas que más nos llama la atención es lo extraordinariamente cuidada que está la madera para tratarse de un barco de cuatro décadas. En este sentido, nos desvelan que hay a bordo un equipo de carpinteros que la mantiene constantemente y que, además, se encarga de fabricar esculturas y otros regalos para las autoridades de los destinos que visitan.

Prosiguiendo con el recorrido, llegamos al timón, elemento imprescindible del barco, pero del que hablamos erróneamente en términos marineros. El sargento segundo nos indicó que, realmente, es la caña del timón, mientras que el propio timón es la pala que va en el mar y que da dirección al buque. Alrededor de él hay una serie de puntos metálicos en los que se introducen los cáncamos para que, enganchándolos con un arnés, los tripulantes puedan mantenerse cuando la embarcación va muy escorada.

Justo antes de finalizar nuestra visita, presenciamos lo que Rivera define como descubierta. “Dos veces al día, hacemos una inspección para comprobar si todo el sistema está en orden. El personal sube a lo alto y, en las perchas, verifican que todo esté correcto”, explicó. Observamos en ese momento la enorme destreza y velocidad de los tripulantes para trepar por los palos y el excelente equilibrio que poseen sobre las perchas. El cadete nos indicó que es una maniobra sumamente importante, pues “de esto depende la seguridad del barco”.

Con la misma sonrisa con la que nos recibieron, nos despide la tripulación del Cuauhtémoc, que nos hizo sentir parte de ellos. El sargento segundo Rivera nos dice adiós, no sin antes revelarnos que Tenerife es el lugar donde mejor acogida han gozado. Y no es para menos, pues el calor de los tinerfeños durante estos seis días se hizo notar. Además, el cadete nos invita a presenciar mañana la despedida del barco y, de nuevo, no podíamos faltar.

La hora de la despedida

Regresamos, así, al puerto ayer para ver zarpar el barco. Eran las nueve y 20 de la mañana, 40 minutos antes de la salida, y ya decenas de curiosos se habían acercado a transmitirle sus mejores deseos a los tripulantes en su vuelta a casa. Como ya hicieron el primer día, los mariachis de la tripulación se vistieron con sus mejores galas y comenzaron a amenizar la despedida. Todo mientras ondeaba de nuevo la colosal bandera de México, de 18 metros de altura. Una preciosa estampa que tuvo la guinda cuando los integrantes comenzaron el zafarrancho y se pusieron en posición en lo alto del barco.

A este acto inolvidable no podía fallar una emocionada Ángeles Baca, la cónsul honoraria de México en Canarias. Baca señaló que “no es normal el cariño que siempre reciben aquí”, sobre todo cuando es “un buque que va por todo el mundo y que llega a puertos latinoamericanos, pero el amor que sienten en Canarias es único”. En este sentido, la cónsul indicó que quiere ir más allá en este hermanamiento entre dos pueblos y culturas. Nos desveló, así, que se encuentra trabajando en un proyecto en Santa Cruz de Tenerife que supondría añadir “otro lazo más para seguir cada vez más y más unidos”.

Además, ya van nueve veces que el Cuauhtémoc arriba a nuestro puerto, mientras que entre Tenerife y Gran Canaria Baca los ha recibido hasta en 18 ocasiones. Para ella, ver de nuevo al buque escuela es “un chute de energía, amor y orgullo” que le “dura varias semanas”. Y luego siempre quedarán “las fotos y los recuerdos”, por lo que “es algo muy bonito”.

Incluso, la cónsul consideró a la recepción oficial en el velero, que tuvo lugar el pasado viernes, como la mejor de todas las que se han celebrado cada vez que ha venido. “Por el COVID, nos vino bien por una parte porque pudimos restringir el aforo para cumplir con las medidas del Gobierno de Canarias”, declaró. Así, se convirtió en un acto más íntimo, a lo que se le sumó el excelente ambiente que regala la música y cantos de los mariachis y la armonía “de toda la gente que estaba disfrutando”. “Yo no había visto algo así nunca y así se lo dije al comandante, que había sido la mejor fiesta del buque escuela”, añadió con orgullo.

Con los tinerfeños aplaudiendo y la tripulación diciendo adiós, las amarras del puerto fueron soltándose para que Cuauhtémoc siguiera su camino. Una travesía rumbo hacia México, donde los cadetes se graduarán en unos meses tras haber tenido esta oportunidad de oro recorriendo el mundo en el buque escuela. Y así nos despedimos de este velero, con los mariachis todavía escuchándose en el mar y la bandera mexicana ondeando mientras el Embajador y Caballero de los Mares se desvanecía en el azul infinito. El mismo azul que esperamos que nos lo devuelva muy pronto.

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