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Carta a mamá

Querida mamá,

Hubo una vez en la que me cogías en brazos y rozábamos la nariz. Hubo otra en la que me dejaste de cantar para escucharme decir mi primera palabra. Y otra en la que te regalé joyeros con cajitas de quesitos forradas en papel de dibujos. Horribles, por cierto, pero los seguiste guardando como si fueran piezas completamente valiosas.

Dicen que un tesoro es un conjunto de riquezas y dinero guardados en un lugar. Para mí los tesoros son personas y tú eres el mayor de todos ellos. Un tesoro que esconde riquezas enormes: desde anécdotas que me hacen recorrer contigo la moda de los setenta con incontables “yo a tu edad”, hasta consejos que entiendo siempre tarde. Y, aunque sea así, siempre continúas esperando paciente a mi lado para cuando quiera volver con otro consejo bien elaborado. Y supongo que en eso consiste ser una buena madre. En colgar cuadros abstractos hechos con ceras de colores y cantar canciones inventadas en el coche de camino al cole. En llenarte los dedos de pegamento y purpurina para acabar manualidades la tarde antes de su entrega y hacer las mejores croquetas de pollo que pudieran imaginar.

Hoy no te traigo ninguna manualidad como solía ser cada primer domingo de mayo, pero sí vengo a recordarte cosas que pasan desapercibidas el resto del año y, de vez en cuando, es necesario decir. Como lo incómodo que se me hacía que me pusieras una diadema para quitarme el pelo de la cara y cuanto me encantaría que lo hicieras ahora. O lo genial que se te da hacer absolutamente todo y las veces que me he preguntado si alguna vez llegaré a saber hacerlo yo o qué clase de superpoder necesito para que, cuando acabe el día, me haya dado tiempo de hacer todo y, encima, bien. O la sensación de hogar y tranquilidad que desprendes por ti sola, como si cuando estoy contigo nada malo pudiera pasar. O que te quiero. Y no lo hago por ese plato de papas fritas que me hacías para cumplir mis caprichos alguna tarde o por dejarme cogerte la ropa, a veces incluso para disfraces, sino porque simplemente lo hago. Porque es lo mínimo que se puede hacer cuando han hecho tanto y tan bien por ti.

Quizás hoy no nos podamos ver, o sí. Pero mi amor no entiende de kilómetros. Ni de la profesión que desempeñes. Ni de la etiqueta de la prenda que te pongas. Entiende de aprendizaje, porque las mejores clases me las has dado tú. Entiende de inspiración, que, después de tantos años buscándola, te acabas dando cuenta de que la tenías al lado. Y entiende de tiempo, porque ahora entiendo que es el mejor regalo que me has podido dar.

Feliz Día de la Madre hoy y cada día del año a las que siguen estando, a las que no, a las que tenemos la suerte de abrazar ahora y a las que tendrán que esperar un poco más. A las que trabajan en casa o a las que vuelven agotadas a ella. A las que son más de montaña y a las que prefieren la ciudad. A absolutamente todas.

Atentamente…

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